Poeta, escritor y crítico de arte
Medellín, Colombia 1997
Escribimos en un pasado reciente, entre otras cosas, que este pintor era un guerrillero de estrellas en la soledad del caballete disparando colores.
Concepto
semi poético en el cual no puedo quedarme ya que su obra es honda y compleja. En
sus principios, en su tierra natal Potosí Bolivia, muy niño ya mostraba su
paisaje natal, retrato de caserío, de construcciones viejas que se agrupaban
una con otra recostadas con melancolía de adobes desnudos y rizados techos con
el barro de las tejas quemado por el sol y el tiempo, formando un paisaje de
soledad y de pobreza tristemente hermoso, dentro de un color, esa sangre del
adobe gastado por el viento y las lluvias.
Logros apenas de un poeta de la plástica como Orlando Arias (que a pesar del tiempo, los conocimientos, la cultura adquirida y todos los ismos por los que ha pasado en esta época de grandes vivencias abstractas) siguen teniendo vigencia en los románticos.
Hoy es un
medio antioqueño este pintor de pocas palabras y de muchos colores.
Para mí es
una satisfacción y un orgullo lleno de luces el compartir este libro donde
Orlando no ilustra los poemas, porque nos ilustra a todos. Vamos de la mano
como dos hermanos de la poesía. El de la plástica y yo de la palabra, unidos y
para siempre.
En la mayoría de estos trabajos de Orlando de estilo figurativo están las raíces de una raza aborigen que orgullosamente ostenta y no esconde como lo hacen la mayoría de los criollos que a la sombra y con maquillaje vanidoso, reniegan de los principios quedándose en el limbo de la mediocridad.
Que bueno
fuera que se detuvieran en la obra de este pintor, en los rostros de piedra de
los indígenas que nos miran con sus pequeñas tumbas de dolor indio, que parecen
tallados por el cincel apocalíptico de un fantasma que reclama el paisaje que
le arrancaron a su raza los fariseos, aventureros del becerro de oro.
Los rostros de los indígenas creados por Orlando, llevan un silencio milenario que acusan en un grito interior de roca, donde la melancolía habla el lenguaje ofendido y maltratado en todas las formas por los advenedizos que asaltaron una raza llena de armonía.
Los indios
no eran terratenientes, eran dueños de la Sabiduría de la flora y del paisaje
al cual se integraban naturalmente como corren los ríos por las llanuras, raza
sabia en la botánica y en la medicina natural, desnudos, sin la invención de
moralismos que arrojan pingues dividendos bajo los campanazos que asustan las
palomas.
Estos
artefactos de Orlando, bella y estéticamente alineados sobre un tablero de
colores, muchas veces sepia como la tierra limpia, hacen un conjunto estético y
armónico nunca igualado en la pintura de la época.
Semejan
fantasías de un genial y ebrio escritor de ciencia- ficción narrando historias
de extraterrestres.
Este
estilo último que nos muestra el pintor Arias, es el primero. Y no he visto
nunca en otro artista de la plástica, quien entregue la factura de los colores
y la línea tan serenamente con la sutileza y la luz llenos de una placidez
simple que resiste el tenerlos frente sin ninguna mortificación, sin cansancio
que de pronto la monotonía nos embargue viendo aprisionadas las formas
fotográficas y sin ningún misterio.
Las obras
nos la entrega Orlando bajo la atmósfera del asombro conjugando en sí algo que
se enmarca y se cuelga en los muros para que permanezca eternamente como el
espejo que refleja el alma de un artista que pasó por estas tierras y nos dejó
la huella de un Hombre: ORLANDO ARIAS MORALES que nació en Potosí Bolivia.
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